Llevo el impermeable azul porque quiero dejarte con banda sonora. Quizás así mi recuerdo perdure tanto como una canción de Cohen.
Claro que después de seis meses de cocina francesa, vino exquisito y tu piel aterciopelada contra la mía, lo último que quiero es que esto acabe.
Pero aquí te espero, con un impermeable azul, delante de mi librería predilecta. Desperate Literature es una metáfora perfecta de lo nuestro, un hueco lleno de libros en demasiados idiomas creado por dos extranjeros en una ciudad ajena a ambos.
Llegas cinco minutos tarde. Te disculpas, con tu deje lionés aparente hasta en castellano. Te dejo besarme, un beso tan lento, tan interminable. Jamás me has besado con prisa.
Todos mis motivos para dejarte se funden en ese beso. Algún día tendré que dejarte y te dejaré, me prometo a mí misma, pero hoy, no.
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Cambiamos de escena. Impresionistas en el Thyssen, colores y luz y la visión clara de que lo único que hacemos es estrellarnos el uno contra la otra. No sé si soy ola o acantilado cuando estoy contigo, ¿pero importa acaso? El daño, antes o después, está asegurado. Me ahoga el llanto y finjo que es por los lienzos. Voy a los museos a llorar, ¿recuerdas?
Me aprieto contra ti en la moto de vuelta a casa, pero te impido entrar. Pronuncio esas fatídicas palabras justo cuando empieza a llover. Tal vez no consiga la banda sonora, pero al menos el tiempo acompaña y se desata una de esas tormentas de principios de verano que prometen violencia, pero se quedan en berrinche. Uno muy absurdo, especialmente cuando insistes en un polvo de despedida, o al menos un beso.
Pero aprendí de la última vez. Los besos sin prisas duran meses, pero ya no nos queda tiempo.